La representación política de las identidades culturales: algunos problemas de indefinición

Autores/as

  • Josefa Dolores Ruiz Resa

DOI:

https://doi.org/10.35487/rius.v2i22.2008.149

Palabras clave:

reconocimiento, representación política, identidad, cultura, democracia

Resumen

El surgimiento de las llamadas identidades culturales está planteando una serie de desafíos a la representación política. Presentándose como sujetos políticos colectivos, estas identidades se postulan como las mejores representantes y defensoras de los intereses y derechos colectivos de grupos habitualmente marginados y subrepresentados. En la medida en que contribuye a hacer más equitativa y proporcional su participación democrática, la representación colectiva de estos grupos puede reducir el déficit de legitimidad que en la actualidad afecta a las democracias occidentales. Pero también evidencia ciertos problemas que podrían terminar pervirtiendo la extensión de la representación política. El primero de ellos es consecuencia de la consideración de las identidades colectivas como sustancias. El segundo está relacionado con la indefinición del concepto de cultura.

El tercero es, paradójicamente, la perspectiva antipolítica implícita, en muchos casos, en lo cultural. Analizar tales cuestiones es el objetivo de este trabajo, cuyas premisas básicas son la primacía de la esfera política democrática y una concepción instrumental de los grupos y la cultura, en cuanto puedan resultar útiles para la inclusión política y la autodeterminación de los individuos marginados. 

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Citas

Sobre estas cuestiones, vid. will kymlicka, Ciudadanía multicultural. Una teoría liberal de los derechos de las minorías, trad. Carme Castells, Paidós, Barcelona-Buenos Aires, 1996, cap. 7 “Asegurar la voz de las minorías”, pp. 183 y ss.; y, de manera más específica, “Three Forms of Group-Differentiated Citizenship in Canada”, en s. benhabid (ed.), Democracy and Difference, Princeton University Press, New Jersey, 1996, pp. 153-170.

Vid. rafael durán muñoz, “Nuevos movimientos sociales, democracia y crisis de los partidos políticos”, en ángel valencia sáiz (coord.), Participación y representación políticas en las sociedades multiculturales, Universidad de Málaga / Debates, 1998, p. 165, donde resalta cómo esto se percibe en buena parte de las democracias occidentales.

Sobre estas cuestiones, vid. hans joas, “El interaccionismo simbólico”, en a. giddens, j. turner et al.,

La teoría social hoy (1987), versión española de Jesús Alborés, Alianza, Madrid, 1ª ed., 1990, reimp. 1998, pp. 11 4-148. En la actualidad, se consideran herederos del interaccionismo simbólico una serie de teorías que tienen como objeto de estudio principal el tema de la identidad. En opinión de joan-josep pujadas (recogida en Etnicidad. Identidad cultural de los pueblos, eudema, Madrid, 1993, pp. 47-65), es el caso de las teorías del etiquetaje social, desarrollada por el psiquiatra Erik Erikson, la perspectiva etnolingüística de Cassirer, la etnometodología de Garfinkel, la aproximación dramatúrgica de Goffman y las teorías de la reacción social de Lemert o Becker.

Vid. pierre bourdieu, La dominación masculina (1998), trad. Joaquín Jordá, Anagrama, Barcelona,

, p. 38.

Sobre este particular, vid. stuart hall, “Significado, representación, ideología: Althusser y los debates posestructuralistas”, en james curran, david morley y valerie walkerdine (comps.), Estudios culturales y comunicación. Análisis, producción y consumo cultural de las políticas de la identidad y el posmodernismo (1995), trad. Esther Poblete y Jordi Palou, Paidós, Barcelona, 1998, pp. 27-61, donde relata su propia experiencia personal (él es de raza negra), a través de los epítetos con los que los otros se refieren a su raza.

De acuerdo con hannah pitkin, El concepto de representación (1967-1972), trad. Ricardo Montero

Romero, cec, Madrid, 1985, introducción, p. 13 y cap. 4, “Suplir: la representación descriptiva”, pp.

y ss., el sentido descriptivo de la misma, subrayado, entre otros, por John Adams o Edmund Burke, significa que la representación política se dirige a reflejar, como un espejo, la complejidad del moderno estado-nación. Pitkin recuerda que los defensores de esta concepción acuden frecuentemente a esta imagen. En este punto de vista descriptivo, pierde importancia la idea de actuar en nombre de otro. Tal concepción no sólo permite sino que exige la presencia de las minorías en el Parlamento. Pero la visibilidad no es buena únicamente para reflejar la pluralidad de ideas o intereses que existen dentro de una nación: también lo es para mostrar que los diferentes estatus sociales no impiden la participación en el poder político. De ahí que la representación política, al menos entre quienes defendían su concepción descriptiva, terminara siendo considerada como un derecho, cuya universalización constituía la conclusión que nevitablemente derivaba de la idea de reflejo de la pluralidad de una nación. La noción descriptiva de la representación ha allanado —y sigue allanando— el camino hacia la extensión del sufragio y otros derechos políticos.

A estas cuestiones se refiere hans blumemberg en Paradigma para una metaforología (1969), Trotta, Madrid, 2003. Sus estudios se dedicaron a analizar las metáforas de la caverna y la luz, en el contexto de una interesante teoría acerca de lo que él llamaba la inconceptualidad. Por lo demás, el cognitivismo de última generación también asume que la metáfora forma parte de nuestro sistema conceptual. Vid. l. gleitman y m. lieberman (eds.), Language (An invitation to Cognitive Science), vol. 1, mit Press, Cambridge, MA., 1995; y e. e. smith y d. n. osherson (eds.), Thinking (An invitation to Cognitive Science), vol. 3, mit Press, Cambridge, MA, 1995. Sobre esta cuestión, vid georgina cuadrado esclapez, “Metáfora, ciencia y cultura: propuesta de una nueva tipología para el análisis de la metáforma científica”, Ibérica,

, 2004, pp. 53-70.

JOHN STUART MILL, A System of Logic Rationative and Inductive, vol. 2, libro v “On Fallacies in General”, ed. de J. M. Robson, introducción de R. F. McRae, Universidad de Toronto Press, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1974, pp. 768 y 769.

Vid. nancy fraser, “La justicia social en la era de la política de la identidad: Redistribución, reconocimiento y participación”, en nancy fraser y axel honneth, ¿Redistribución o reconocimiento? (2003), Ediciones Morata / Fundación Paideia Galiza, A Coruña, 2006, pp. 17 y ss. Entre las obras de Taylor y Honneth que sustentan el paradigma del reconocimiento, vid., por ejemplo, ch. taylor, “La política del reconocimiento”, en ch. taylor, a. gutmann et al., El multiculturalismo y “la política del reconocimiento” (1992), trad. Mónica Utrilla de Neira, fce, México, 1993, pp. 43-107; y vid. a. honneth, La lucha por el reconocimiento: por una gramática moral de los conflictos sociales, Crítica, Barcelona, 1997; y “Redistribución como reconocimiento. Respuesta a Nancy Fraser”, en n. fraser y a. honneth, ¿Redistribución o reconocimiento?, op. cit., pp. 89-148. Honneth también se preocupa por el carácter ideológico —en el sentido que dio Althusser a la ideología— que puede manifestar el reconocimiento si éste se resuelve simplemente en inducir a los individuos al tipo de autocomprensión que encaja en el sistema establecido de expectativas de comportamiento. Sobre este particular, vid. a. honneth, “El reconocimiento como ideología” (publicado en su versión original en WestEnd. Neue Zeitschrift für Sozialphilosophie, No. 1, oct. 2004), trad. J. M. Moreno Cuevas, Isegoría, No. 35, julio-diciembre, 2006, pp. 129-150, donde analiza las diferencias entre lo que él llama “formas justificadas y formas ideológicas de reconocimiento”, en el contexto de los últimos cambios acaecidos en el mercado laboral. Honneth cree hallar el elemento diferenciador en un componente material que sólo satisfarían las formas justificadas de reconocimiento y que consiste en que sólo éstas son capaces de proporcionar las condiciones materiales bajo las cuales son realizables efectivamente las nuevas cualidades de valor de las personas afectadas.

CH. TAYLOR, “La política del reconocimiento”, op. cit., p. 45.

Vid. iris m. young, Inclusion and Democracy (2000), Oxford University Press, 2002, pp. 57-62.

Vid. a. honneth, “Redistribución como reconocimiento. Respuesta a Nancy Fraser”, op. cit., pp. 100- 106. Honneth se refiere a los trabajos de E. P. Thomson y Barrington Moore sobre la clase obrera británica. Por lo demás, no debemos olvidar que estos trabajos están en la base de los llamados estudios culturales, e implican un importante giro en la misma teoría social marxista.

Frente a ese individuo abstracto ya se había levantado el romanticismo decimonónico, que apelaba a las comunidades medievales así como a ciertas esencias nacionales en torno a las cuales se definían los seres humanos, quienes, por lo tanto, no existirían aislados. De estos presupuestos también participaron, ya en el siglo xx, el nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano o el nacionalsindicalismo español, todos ellos erigidos, además, en ideologías nacionales o autóctonas, que se contraponían a la democracia, en cuanto “extraña” o “extranjera” a las esencias patrias. Por lo que al caso español se refiere, aunque también con referencias al caso italiano y alemán por sus semejanzas en este punto, es interesante el estudio de ismael saz, “Tres acotaciones a propósito de los orígenes, desarrollo y crisis del fascismo español”, Revista de Estudios Políticos, No. 50, marzo-abril, 1986.

Como apuntan a. aguirre batzán y r. rodríguez en Patios abiertos y patios cerrados. Psicología cultural de las instituciones, Marcombo, Barcelona, 1995, pp. 18 y 19, la búsqueda de seguridad lleva a sustituir la identidad del individuo por la del grupo, ya que éste, con su imagen de cuerpo, restaura la identidad del individuo y éste se siente a salvo de la angustia de la escisión interior.

En la actualidad los partidos políticos se han convertido en catch-all-parties, dentro del contexto de lo que bernard manin, Los principios del gobierno representativo [1997], versión de F. Vallespín, Alianza Editorial, Madrid, 1998, pp. 237 y ss.) ha llamado una democracia de audiencia. En ellas, los partidos buscan votantes en todas las clases sociales. En cambio, las actitudes de los votantes muestran en la actualidad que la diferenciación de intereses, objetivos o conciencia que otorgaba la categoría de clase social ha sido sustituida por la que aporta la pertenencia a identidades culturales, ya que la clase, como herramienta de análisis o de lucha política, parece no dar respuesta a muchas de las demandas de quienes se hallan marginados, no (solamente) por la pertenencia a una clase, sino también a una religión, raza o nacionalidad determinados; o por la pertenencia a otra categoría social como es el género. Este giro se evidencia, por ejemplo, en la circunstancia de que numerosos integrantes de la clase trabajadora votan, no a partidos socialistas sino a partidos nacionalistas, algunos de ellos claramente xenófobos y racistas. Algo similar ocurre con la clase burguesa y los partidos liberales o conservadores. La percepción de este comportamiento ha determinado que también los catch-all-parties, por su mismo carácter, se vean obligados a presentarse a sí mismos como representantes de identidades culturales, especialmente nacionales o religiosas, si no quieren perder votos en beneficio de partidos nacionalistas o religiosos, recurriendo en no pocas ocasiones a simplistas mensajes xenófobos e intolerantes que nos retrotraen a un oscuro pasado. Sin embargo, la división y las desigualdades de clases siguen estando presentes: las crisis económicas y el retroceso del Estado de Bienestar que se viene exigiendo desde determinados foros, han afectado y siguen afectando especialmente a las clases medias y bajas, que ven en los emigrantes o en los conciudadanos que se proclaman de otra nacionalidad, de otra religión o de otra orientación sexual— a sus competidores por las cada vez más exiguas políticas sociales.

Vid. anne phillips, The Politics of Presence, Oxford University Press, Oxford, 1995; y “Dealing with

Difference: A Politics of Ideas, or a Politics of Presence”, en sheyla benhabid (ed.), Democracy and Difference. Contesting the Boundaries of the Political, Princeton University Press, New Jersey, 1996, pp. 139-152.

Vid. a. honneth, “Redistribución como reconocimiento”, op. cit., pp. 97-98.

Sobre este asunto, vid. el interesante trabajo de josé luis solana, “Identidad cultural, racismo y antirracismo”, en pedro gómez garcía (coord.), Las ilusiones de la identidad, Cátedra, Madrid, 2000, pp. 99-126, donde recoge una abundante bibliografía al respecto.

Por ejemplo, n. glazer y d. p. moynihan, Beyond the Melting Pot, Cambridge mit y Harvard University Press, 1963, realizaron estudios en torno a ciertas tribus de indios que habitaban en Canadá, y concluyeron, a la vista de las restricciones que ellos mismos imponían al censo, que para estas tribus eran más importantes las diferencias de estatus basadas en la pureza de sangre, que la identidad étnica en su conjunto. De esta manera, los privilegios económicos y políticos otorgados por el gobierno canadiense quedaban a merced de los indios con estatus, frente a los que carecían de él. Para estos autores, el mantenimiento de tales privilegios es el objetivo de estas minorías, ya que si buscaran la autodeterminación política, adoptarían criterios de mayor flexibilidad en el establecimiento de la frontera étnica. Ciertamente, estos autores, defensores del asimilacionismo cultural, consideraban a los grupos étnicos como grupos de interés. Pero sus estudios, aun guiados por estos presupuestos, no dejan de mostrar que es posible que estos grupos actúen en defensa de ciertos privilegios sociales, esto es, intereses siniestros.

Vid. marcel gauchet, “Los límites de la democracia de las identidades”, en La religión en la democracia

(1998), trad. Santiago Roncagliolo, El Cobre Ediciones y Editorial Complutense, Barcelona-Madrid,

, pp. 123-139.

Como ya apuntaba edgar morin en Les Stars, Seuil, Paris, 1964, la presencia del imaginario especular de la modernidad fomenta que deportistas, actores e incluso políticos se conviertan en vedettes o estrellas, lo que provoca entre los más jóvenes identificaciones especulares. Según víctor f. Sampedro blanco (en “Medios de comunicación, políticas y mercados de identidad”, en v. f. sampedro blanco (ed.), La pantalla de las identidades. Medios de comunicación, políticas y mercados de identidad, Icaria, Barcelona, 2003, p. 14), estos medios, portavoces de la opinión pública casi desde sus orígenes, se han convertido en la actualidad en el escenario de las identidades, a la vez que garantizan el vínculo entre la audiencia y sus colectivos imaginarios, sus representaciones y mitos naturalizadores de la diferencia y las esencias de la comunidad. Los estudios recogidos en este libro analizan la forma en que los medios de comunicación de masas españoles colaboran en la construcción de las identidades gallega, catalana o vasca con vistas a las elecciones o a través de la prensa deportiva, la construcción mediática de identidades opositoras y marginales, y los efectos que sobre las identidades ejercen programas como Gran

Hermano u Operación Triunfo.

Vid. claude dubar, La crise des identités. L’interpretation d’une mutation, Presses Universitaires de

France, Paris, 2000, cap. 1, para quien es imprescindible no olvidar que existen estos dos sentidos de la identidad, a fin de que la ciencia social no esté al servicio de esencialismos.

Vid. c. dubar, La crise des identités, op, cit., pp. 15-56 y 228, de quien también hemos tomado la distinción entre identidades de base societaria e identidades de base comunitaria.

A través de las obras de dos clásicos de la sociología moderna, como Tönnies o Durkheim (vid. respectivamente, Comunidad y sociedad y La división social del trabajo), se consolidaron esas distinciones que subrayan el carácter ideal y mecánico de las sociedades y el carácter de vida real y orgánica de las comunidades. Estas últimas, según Tönnies, se rigen por un derecho comunitario, la vida familiar, la costumbre y la religión (ejemplos, a su vez, de relaciones jerárquicas basadas en privilegios aparentemente naturales), mientras que las sociedades se rigen por un derecho societario al que se le ha dado carácter comercial. Para Durkheim, las sociedades están unidas a través de una solidaridad mecánica establecida por similitudes, lo que incorpora cierto sentido de igualdad entre sus miembros, y se rigen por un derecho represivo, lo que subraya que la unidad se mantiene a la fuerza, mientras que en las comunidades impera una solidaridad orgánica, debida a la división del trabajo, sea biológica o social, a la cual basta un derecho calificado de restitutivo o cooperativo.

Vid. juan jesús nebreda, “El marco de la identidad, o las herencias de Parménides”, en pedro gómez García (coord.), Las ilusiones de la identidad, op. cit., pp. 151 y ss.

Vid. i. young, Inclusion and Democracy, op. cit., pp. 87 y ss.

Vid. f. nietzsche, En torno a la voluntad de poder, Península, Barcelona, 1973, cap. iv, “Valor y verdad”, pp. 186-187.

Vid. e. gellner, Naciones y nacionalismo, Alianza Editorial, Madrid, 2003.

Gustavo Bueno ha recordado que las culturas nacionales tienen entre sus principales artífices a los propios estados-nación. Aunque éstos se sustentan en una cultura nacional que presuntamente les precede y legitima su formación, dedican grandes esfuerzos al desarrollo de políticas culturales que no se limitan a fomentar lo que ya había. Como recuerda Bueno, estas políticas culturales se gestionan por instancias político-administrativas que, como los ministerios de cultura, fueron creados a tal efecto. Las políticas lingüísticas o, más recientemente, las políticas de deportes son ejemplos de políticas culturales. Vid. gustavo bueno, El mito de la cultura. Ensayo de una filosofía materialista de la cultura, Prensa Ibérica, Barcelona, 1996, p. 215. Conviene, por último, tener en cuenta que los estados modernos no siempre se han mostrado como sistemas democráticos en los que al menos se garantice la participación de los ciudadanos en esa construcción cultural.

Vid. c. lévi-strauss, La identidad. Seminario interdisciplinario, Pretel, Barcelona, 1981, p. 369.

En este sentido, resulta interesante comprobar cómo al menos la misma ciencia social (concretamente la antropología y la historia social), ha tratado, desde los años setenta, de cambiar su metodología de estudio de las identidades sociales —concepto al que no renuncia— a través de corrientes que van, desde el rechazo explícito a la concepción esencialista de identidad, hasta la concepción de la identidad como algo inventado de acuerdo a determinados intereses, pasando por corrientes que, reunidas bajo el epígrafe “Resistance & Accomodation Narrative”, resaltan los esfuerzos de los individuos para resistir y adaptar sus situaciones históricas específicas a partir de estrategias, lo que subraya el componente político de la identidad, que no queda, pues, circunscrita a ser un hecho necesario, sólo explicado por leyes científicas. Sobre estas cuestiones, vid. guillermo wilde, “La problemática de la identidad en el cruce de perspectivas entre antropología e historia. Reflexiones desde el campo de la etnohistoria”,

Ciudad Virtual de Antropología y Arqueología, http://www.naya.org.es Como también ha señalado

Wilde, dentro de los estudios de historia social se han dado cita enfoques culturalistas de la identidad, que descansan en la idea de que la estructura social influye sobre los individuos, determinando sus hábitos de vida, y enfoques psicologistas, que dan mayor importancia a la acción de los sujetos y a su capacidad racional. La importancia concedida en los procesos de identificación a la racionalidad y a la conciencia del individuo aparece también en la obra del sociólogo anthony guiddens (vid. su Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea, 1991, trad. José Luis Gil Aristu, Península, Barcelona, 1995, por ejemplo, pp. 74 y 294.

Vid. manuel castells, La era de la información. Economía, sociedad y cultura, vol. 2: El poder de la identidad, versión castellana de Carmen Martín Gimeno, Alianza, Madrid, 1991, p. 28.

Vid. paul gilroy, “Los estudios culturales británicos y las trampas de la identidad”, en james curran,

david morley y valerie walkerdine (comps.), Estudios culturales y comunicación. Análisis, producción y consumo cultural de las políticas de la identidad y el posmodernismo, op. cit., pp. 63-83.

Sobre los conceptos de nación, los tipos de nacionalismos desarrollados a partir de los mismos y las diferentes teorías que analizan una y otros, vid. el estudio monográfico que le dedica luis rodríguez abascal, Las fronteras del nacionalismo, Centro de Estudios Políticos, Madrid, 2000. Sobre la indefinición de la expresión “etnia”, vid. pedro gómez garcía, “La ilusiones de la ‘identidad’. La etnia como seudoconcepto”, Gazeta de Antropología, No. 14, 1998.

Según k. merton (Élements de théorie et de méthode sociologique, París, 1965), las categorías sociales son agregados de posiciones y de estatutos sociales cuyos detentadores no se encuentran en interacción social, pero que responden a las mismas características de sexo, renta, edad, etc., aunque no compartan, necesariamente, un cuerpo de normas y valores.

Un análisis en profundidad sobre la polémica dentro del feminismo a propósito de este asunto puede verse en raquel osborne, “Debates en torno al feminismo cultural”, en celia amorós y ana de miguel (eds.), Teoría feminista: de la Ilustración a la globalización, Minerva Ediciones, Madrid, 2005, pp. 211 -252.

El que la corriente que se conoce como estudios de género (que no agotan, sin embargo, todos los estudios sobre género) provenga de los estudios culturales y comparta presupuestos como la centralidad de la noción de cultura, puede también haber inducido la asimilación del género a una cultura. Los estudios de género, en los que se aúna sociología, antropología cultural, teoría del cine y teoría literaria no sólo estudian la desigualdad de las mujeres, sino que también se interesan por la masculinidad y la diversidad sexual, realizando estudios sobre gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, etc., de ahí que la orientación sexual también se perciba en muchos casos como una cultura.

Especialmente significativo es el caso de la “cultura de sordos” (que, no olvidemos, cuenta con su propia lengua, considerada como uno de los más típicos componentes de la cultura), y que tuvo cierto eco en la prensa a través del caso de una pareja de mujeres sordas que deseaba que, por medio de manipulación genética, se garantizara, no que su hijo no tuviera sordera sino que fuera sordo, para que así pudiera compartir la “cultura de los sordos”. Sobre la polémica suscitada entre los defensores de la reivindicación de esta cultura y quienes defienden la utilización de las nuevas técnicas científicas, entre ellas las genéticas, para eliminar la sordera, vid. a. buchanan, d. w. brock, n. daniels y d. wikler, Genética y justicia, Cambridge University Press, Madrid, 2002. Sobre cómo el multiculturalismo se ha introducido en el feminismo, vid. nancy fraser, Multiculturalidad y equidad entre los sexos”, Revista de Occidente, No. 173, octubre, 1995, pp. 35-55.

Vid. gustavo bueno, El mito de la cultura. Ensayo de una filosofía materialista de la cultura, op. cit.,

p. 215.41

Ibid., i y ii, pp. 29-88.

Vid. ángel aguirre batzán, “Cultura y culturas”, en a. aguirre batzán (ed.), Cultura e identidad cultural. Introducción a la antropología, Ediciones Bardenas, Barcelona, 1997, p. 7.

Vid. clifford geertz, “Descripción densa: Hacia una teoría interpretativa de la cultura”, en La interpretación de las culturas, Gedisa, Barcelona, 1992.

Vid. p. gilroy, “Los estudios culturales británicos y las trampas de la identidad”, op. cit., p. 65. Y j. m. mardones, “El neoconservadurismo de los posmodernos”, en g. vattimo et al., En torno a la modernidad, Anthropos, Barcelona, 1991, pp. 21-39.

Esta tesis, iniciada a partir de sus estudios sobre San Agustín, se recoge en un texto de Between Past and Future, que podemos leer traducido al castellano con el título “¿Qué es la libertad?”, por Agustín Serrano Haro en Claves, No. 65, 1996, pp. 2 y ss.

Sobre estas cuestiones, vid. alicia acquarone y silvina caleri, “Ciudadanía e identidad”, Anuario del Departamento de Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario, vol. 7. En este texto se subraya cómo para la tradición liberal, la ciudadanía constituye la capacidad de las personas de hacer uso de sus derechos naturales para perseguir un interés propio en el marco del respeto de los derechos de los otros. El comunitarismo tiene una visión menos instrumental de lo político y otorga al ciudadano un papel que va más allá de lo puramente transaccional, pero cae en un sustancialismo que deja al margen el pluralismo. Para el republicanismo, la noción de identidad de los sujetos se concreta en el horizonte colectivo como autodeterminación, de manera que los ciudadanos no son externos a la comunidad sino parte de ella.

Ésta es una propuesta de jorge e. aceves, “Ciudadanía ampliada. La emergencia de la ciudadanía cultural y ecológica”, en Razón y Palabra, No. 5, diciembre-enero, 1996/97.

Vid. j. habermas, “Struggles for Recognition”, European Journal of Philosophy, 1, 2, August, 1993,

pp. 128-155

Vid. i. young, Inclusion and Democracy, op. cit., pp. 121-153.

A defender esa posibilidad ha dedicado john elster su libro Juicios salomónicos. Las limitaciones de la racionalidad como principio de decisión, trad. Carlos Gardini, Gedisa, Barcelona, 1999, donde resalta precisamente cómo la igualdad que el sorteo garantiza, y que consiste en lo que él llama “equiprobabilidad”, puede asegurar mejor que la elección el ejercicio igual de los derechos políticos.

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