285
DEBATE
construir un discurso político e ideo-
lógico dominante.
El problema de México para 2012 se
podría comprender como el
síndrome
Gorbachov: el desmoronamiento del
viejo régimen cuando aún no ha nacido
el nuevo. En 2000 el
PAN
fue capaz de
ganarle al
PRI
y en 2006 de derrotar al
PRD
, pero para 2012 no ha logrado hasta
ahora darle una lectura coherente a la
realidad política. El
PRI
, en cambio, re-
cién ha sabido darle utilidad a cuando
menos tres factores políticos que pu-
dieran decidir una elección presidencial:
la imagen mediática a su favor, la falta
de posicionamiento social del gobierno
panista, y una estructura electoral eF -
ciente en algunas entidades.
Pero el fondo de todo el problema
político del
PAN
fue su incapacidad para
destruir el viejo régimen, la falta de
oferta de uno nuevo y el fracaso en en-
cabezar la dinámica del cambio que le
pidió la sociedad en 2000. Y en política
los errores estratégicos se pagan caros.
* * *
México a la deriva. Luces
y sombras de nuestro
tránsito tardío a la
democracia
México Adrift. Lights
and Shadows of Our Late
Transit to Democracy
César Cansino*
C
uando un país entra en un periodo
de profundas transformaciones po-
líticas se abre necesariamente una dis-
cusión teórica que, por un lado, busca
sentar las bases F losóF cas y jurídicas
con respecto a los derechos ciudadanos
y, por el otro, intenta deF nir la natura-
leza del Estado; con esto, el debate lleva
hacia la deF nición de los límites y las
justiF caciones del poder político.
Los procesos de transición, es decir,
los cambios de régimen, suponen no
sólo alteraciones en la correlación de
fuerzas entre los diversos actores polí-
ticos, sino también exigen nuevas for-
mas de entender y justiF car el origen
y la razón de ser del poder político, y
demandan la construcción de códigos
éticos que establezcan los principios de
legitimación del nuevo Estado. Cons-
truir un régimen diferente a su ante-
cesor supone no sólo cambios institu-
cionales importantes, sino que permite
la sustitución de prácticas políticas que
pertenecen al ámbito de la vida cotidia-
na y da inicio a un proceso, consciente
o inconsciente, de transformación de la
cultura ciudadana. Estas últimas trans-
formaciones siempre serán más lentas
que los cambios institucionales, y difí-
cilmente estarán exentas de contradic-
ciones.
Históricamente, los ciudadanos de
una comunidad nacional tienen escasas
*
Profesor-investigador en la Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales de la
BUAP
(
politicaparaciudadanos@gmail.com
).
286
CÉSAR CANSINO
oportunidades de construirse o volver-
se a inventar. Sin embargo, conseguir
las condiciones políticas y sociales para
que se establezca un nuevo pacto social
que anime al Estado es una condición
de excepción que una generación no
puede darse el lujo de desperdiciar, ni
en la vida práctica ni como motivo de
profunda reF exión teórica. Hacer una
Constitución es cristalizar los anhelos
de ciudadanos y ciudadanas que reuni-
dos en sociedad buscan crear las estruc-
turas jurídico-políticas que normarán
por muchos años tanto las relaciones
entre gobernados y gobernantes, como
el equilibrio entre las diversas institu-
ciones políticas que facilitan la toma de
decisiones y la resolución provisional
de los conF ictos inherentes a toda so-
ciedad plural.
Con estas premisas, en el presente
ensayo examinaré el conjunto de los
pendientes que debe aún encarar nues-
tra transición democrática, empezan-
do por el pleno reconocimiento de los
derechos de la ciudadanía, para dejar
en el pasado los rasgos premodernos y
autoritarios de la era posrevolucionaria
y ubicar a nuestro país con pleno de-
recho entre las naciones democráticas
del orbe.
Construir la democracia
En el año 2000 el régimen político mexi-
cano dejó de ser un régimen autoritario
en transición para convertirse ± nalmen-
te en una democracia liberal, aunque
incipiente. El punto de inF exión para
que ello fuera posible lo constituyó sin
duda la histórica alternancia alcanzada
ese año, que terminó por derrumbar al
vetusto régimen priísta sin que mediara
una revolución con una cuota inevitable
de sangre y violencia.
Sin embargo, como he explicado en
varias oportunidades, la alternancia no
fue acompañada de una necesaria re-
forma constitucional que actualizara en
clave democrática todo el entramado
normativo e institucional heredado del
viejo régimen. En su lugar, los nuevos
valores y prácticas democráticas surgi-
dos con el entusiasmo de la transición
han debido abrirse paso en el marco de
una legalidad diseñada originalmente
para ± nes autoritarios y que en lo ge-
neral permanece intacta pese a la alter-
nancia. He ahí la tragedia y el principal
desafío de nuestro país en los años por
venir si es que se aspira a consolidar la
democracia: poner los cimientos de un
auténtico Estado de derecho democrá-
tico.
Si el ingreso de México a la demo-
cracia en el año 2000 fue tardío y com-
pletamente inusual respecto de todas
las transiciones de las que se tenga re-
gistro, más inusitado está resultando su
instauración y establecimiento después
de la alternancia. Los mexicanos nunca
depositamos en la democracia, cuan-
do apenas se asomaba, más de lo que
ésta es y puede llegar a ser: una forma
de gobierno basada en el respeto a los
derechos políticos y civiles de todos,
orientada a articular de manera pací± -
ca y abierta una pluralidad de intereses
mediante reglas claras e incluyentes,
como la representación y el sufragio.
Asimismo, nunca pensamos que la
democracia resolvería mágicamente
287
DEBATE
nuestros muchos rezagos acumulados
ni que neutralizaría de golpe los emba-
tes autoritarios o que santiguaría a la
clase política para que actuara con hon-
radez y rectitud. Sin embargo, sí creía-
mos que con el arribo de la democra-
cia la política ganaría en civilidad, que
los políticos tendrían menos incentivos
para actuar impunemente, que habría
más controles para frenar los abusos de
autoridad y castigar a los que infrin-
gen la ley, que los ciudadanos seríamos
más inF uyentes en el comportamiento
de nuestros representantes, dado que
podríamos castigarlos o premiarlos en
las urnas.
Como quiera que sea, nuestra pri-
mera experiencia como nación con la
democracia ha sido más bien desilusio-
nante. En el México del cambio, como
lo demuestran distintas encuestas de
opinión, no ha logrado a± rmarse cul-
turalmente ese conjunto mínimo de va-
lores y contenidos que hacen que una
forma política sea preferible a otras;
no ha cuajado ese dispositivo simbóli-
co que lleva a hacer tabla rasa de un
pasado autoritario, para abrazar con
entusiasmo y convicción un futuro dis-
tinto, de plenas libertades y derechos.
Para ello ha coadyuvado una cadena de
escándalos políticos de triste memoria
que ha exhibido a una clase política sin
escrúpulos, donde reina la impunidad,
la discrecionalidad y los abusos de au-
toridad. Los mexicanos todos hemos
sido espectadores los últimos años de
un deterioro institucional y político que
abona al desánimo y el malestar.
Por todo ello, nuestra democracia
necesita ser repensada con nuevos adje-
tivos producto de una discusión amplia
y plural de la que no pueden marginarse
ni los actores políticos ni la sociedad.
Lamentablemente, en la medida que los
ajustes y reformas normativas pendien-
tes dependen de los mismos actores par-
tidistas, no se ve cómo podrían trascen-
der el círculo de los perversos incentivos
antidemocráticos. Pero, ¿cómo hemos
llegado a esta difícil disyuntiva?, ¿por
qué la alternancia no fue acompaña-
da de las transformaciones normativas
e institucionales mínimas que le dieran
cuerpo y horizonte a la transición?
Para hablar del presente mexicano
conviene a mi juicio hacer un corte de-
± nitivo entre el viejo régimen —el ré-
gimen autoritario— y el nuevo régimen
—el régimen democrático—, a partir de
las elecciones de la alternancia en el
2000. Las tareas ahora no son las de
la “transición”, pues ésta terminó por
la vía de la alternancia en el momento
en que se derrumbar on los dos pilares
del viejo régimen (el presidencialismo y
el partido hegemónico), sino las de la
“instauración democrática”, es decir, la
destitución de los rasgos autoritarios del
viejo régimen y el rediseño institucional
y normativo del nuevo, para adecuarlo
a las necesidades de una verdadera de-
mocracia. Aun quedándonos con una
visión exclusivamente institucional de
la democracia, ésta no se ha completa-
do todavía en México de manera segura
y con± able, ni en lo electoral ni en lo
partidista ni en nada.
Huelga decir que difícilmente pue-
den asentarse socialmente los valores
democráticos ideales, como la toleran-
cia, el imperio de la ley, el pluralismo,
288
CÉSAR CANSINO
el diálogo, el respeto, la honorabilidad,
etcétera, cuando la clase política real-
mente existente permanece muy dis-
tante en los hechos cotidianos de esos
valores. Esta disociación entre el ideal
y la realidad vuelve imperativo debatir
seriamente en México el tema de la cul-
tura política democrática sin prejuicios,
esquematismos o purismos estériles.
Lo que está en juego es la construc-
ción social de una convicción básica e
igualmente indispensable para que la
democracia electoral tenga un piso fér-
til y seguro en el imaginario colectivo:
la democracia no resuelve mágicamente
todos los problemas; es una forma de
gobierno compleja, cruzada siempre de
conF ictos y contradicciones; la repre-
sentación política no siempre conecta
con la sociedad, y una interminable lista
de inconsistencias; pero, pese a todo,
siempre será preferible a cualesquiera
otras formas de gobierno.
El día que esta convicción bási-
ca anide en nuestro estado de ánimo,
nuestra joven democracia habrá dado
un paso gigantesco hacia su conso-
lidación. Lamentablemente, las cosas
todavía no pueden pintarse de ese co-
lor. Los primeros años de alternancia,
como vimos, han alentado frustraciones
y decepciones que siempre retardan, ge-
neran descon± anza, apatía y nostalgias
peligrosas por irreF exivas.
Pero avanzar en esta convicción cul-
tural primigenia constituye un verdade-
ro desafío, sobre todo cuando la clase
política sigue atrapada en esquemas
premodernos del ejercicio público, muy
distantes del cemento valorativo de las
democracias contemporáneas. Éste es,
sin duda, el caso de México. Por eso se
podría concluir que nuestra democracia
está al mismo tiempo cerca y lejos de
arraigarse. Por momentos, parece que
nada detiene este proceso de madura-
ción cultural, pero casi inmediatamente
aparecen las inercias del pasado (un go-
bernador corrupto, un Congreso inútil,
una Corte que se deja sobornar, etcéte-
ra) que amenazan con paralizarlo todo.
Es momento, pues, de pensar a futu-
ro, de ponderar los riesgos que supone
para nuestra incipiente democracia no
enfrentar con decisión y energía los de-
safíos que hoy enfrenta. Y en este punto
sólo queda ser enfáticos con la idea de
retomar sin dilación el camino de la re-
forma del Estado. La democracia electo-
ral no es la única fuente de legitimidad
del Estado, sino solamente el principio
de la validación de su estructura como
representativa de la voluntad popular.
No basta, pues, contar con institucio-
nes electorales para garantizar la demo-
cracia, sino que se requiere rede± nir al
régimen en su conjunto para que res-
ponda con e± cacia a los requerimientos
de la sociedad en materia de derechos
humanos, equilibrios de poderes, rendi-
ción de cuentas de sus representantes,
las obligaciones económicas y sociales
del Estado, entre muchos otros temas
ineludibles para avanzar hacia una de-
mocracia con aspiraciones mínimas de
calidad.
Construir la democracia en Méxi-
co requiere grandes cambios de largo
y corto plazos, cambios
de
y
en
el or-
denamiento político, transformaciones
estructurales y coyunturales. Nuestra
transición
sui generis
, lenta, larga, zig-
289
DEBATE
zagueante y sin pactos orientadores y
comprometedores de largo plazo nos ha
colocado en la disyuntiva neurathiana
de reconstruir nuestra nave —nuestro
entramado institucional y normativo—
en alta mar, en plena tormenta, en con-
diciones poco o nada estimulantes, o
de ver morir nuestra joven democracia
sin siquiera haber intentado rescatarla.
Quizá no es ésta la mejor manera de
construir la democracia, pero así se han
dado las cosas. La tarea en todo caso
exige el concurso responsable y decidi-
do de todos, partidos y sociedad, repre-
sentantes y ciudadanos.
Desmantelar el pasado
En el autoritarismo, la democracia sólo
puede usarse de manera retórica, de-
magógica, con f nes de legitimación; se
vuelve un cascaron sin sustancia. En la
práctica, no hay equilibrio de poderes
ni pluralismo de partidos ni Estado de
derecho ni garantías civiles y políticas.
Por el contrario, hay un culto a la per-
sonalidad, una enorme concentración
del poder político y un uso discrecional
del mismo, una obstinación enFermiza
por el poder y por mantenerlo, cueste lo
que cueste. Lo mismo puede decirse con
respecto al discurso de la sociedad civil.
En manos de un populista el discurso
de lo social se pervierte, se manosea a
conveniencia de una retórica mesiánica
y oportunista; se vuelve una violencia
verbal, una contradicción
in terminis
.
Un tirano no está dispuesto a aceptar
que la sociedad civil es una capacidad
permanente de instituir y que esta ca-
pacidad no termina con la instauración
de instituciones políticas dadas de una
vez y para siempre. Pero aquí tam-
bién se encuentra el mayor desaFío de
nuestra sociedad: af rmar su capacidad
instituyente para instituir cada vez me-
jores Constituciones y Formas de repre-
sentación de intereses, mejores leyes y
normas vinculantes, mejores equilibrios
entre los poderes…
Pero, ¿qué tipo de instituciones ga-
rantizan mejor la democracia? Las que
garantizan condiciones mínimas de
libertad e igualdad. Con todo, las so-
ciedades democráticas no están inmu-
nes al virus del totalitarismo. En ciertas
condiciones de desasosiego y desespe-
ración un discurso mesiánico y popu-
lista puede prender y hacer que las so-
ciedades opten por oFertas autoritarias.
Son los riesgos de la democracia. Pero
si la sociedad es civil, lo es porque sabe
que la acción social está autolimitada.
No consiste en imponer o mantener
una opción por la Fuerza, negando a
los otros, a los que no están de acuer-
do. La acción social es diálogo civil, no
guerra civil.
Ciertamente, la realidad social no
puede ser reducida a un único sentido.
La sociedad no responde a ningún cen-
tro neurálgico de sentido. La democra-
cia es hoy la radicalización del proyecto
individualista, y la política es el espacio
decisivo de la existencia humana. De ahí
que la diFerencia de la sociedad civil y el
Estado, esto es, la imposibilidad de que
en las instituciones del Estado quede
expuesta la esencia última de la socie-
dad, no es accidental sino constitutiva
—y en ese sentido normativa— de la ex-
periencia democrática de la política.
290
CÉSAR CANSINO
¿Cómo es posible entonces que la
voluntad de libertad se convierta en
ocasiones en voluntad de servidumbre?
¿Cómo es posible que una sociedad que
se instituye sobre el deseo de libertad
se convierta en sojuzgamiento? En el
momento que una parte de la sociedad
se separa y se convierte en una elite que
monopoliza el saber o que impone una
verdad sobre el complejo de la sociedad,
ya no podemos hablar de una sociedad
libre, política, pues la libertad supone
un individuo que se identif ca con un
saber propio, y si el saber le es ajeno,
ya no hay sociedad política. El pensa-
miento debe partir de la experiencia (la
verdad es lo más próximo al dogma).
El mundo nunca está enteramente
hecho, siempre está por hacerse. De ahí
el espacio de la libertad. En una socie-
dad libre no hay certezas, pues en el
momento en que la sociedad abraza
una, deja de ser una sociedad libre. El
poder democrático no lo podemos llenar
con una persona o un proyecto único.
Crecer en libertad es debatir y discutir
permanentemente las acciones de quien
detenta el poder. Por Fortuna, no hay
ciudadanos que no deseen ser libres, y
no hay sociedades libres si no hay ciu-
dadanos libres. Es la hora de que los
ciudadanos decidamos nuestro Futuro.
Por una democracia
con adjetivos
La euForia que experimentó México el 2
de julio de 2000 por el cambio demo-
crático pudo llevar a muchos a la em-
briaguez. A curar en salud las buenas
conciencias y saciar la sed y el hambre
de venganza y/o recompensa con la
palabra democracia. Hoy cualquiera se
dice y se asume públicamente como
demócrata. Es más, está prohibido no
ser demócrata. Este súbito consenso
alrededor de la palabra democracia no
puede más que provocarnos sospecha y
cautela. Por def nición, la democracia le
teme a cualquier tipo de unanimidad.
Su Fuerza radica, precisamente, en la
indeterminación sobre sus contenidos
y alcances.
La democracia, como dice el f lósoFo
Cornelius C
ASTORIADIS
, es una Forma de
gobierno trágica, no solamente porque
los ciudadanos tienen que aprender a
autolimitarse, sino también porque en
su desenvolvimiento asume Formas y f -
guras diFíciles de desciFrar. Ciertamente,
nadie puede restarle méritos a los cam-
bios democráticos que vivimos los mexi-
canos en el pasado inmediato. No sin
dif cultades, la vía electoral se ha af r-
mado como el mecanismo idóneo para
elegir y quitar gobiernos, para ratif car
o castigar a los gobernantes en turno.
Empero, quedan en el camino algunos
escollos legales e institucionales y cier-
tos personajes del trópico que se resisten
a aclimatarse al nuevo tiempo mexicano.
En 1984, el historiador Enrique K
RAU
-
ZE
publicó un ensayo que tituló “Por una
democracia sin adjetivos”. En aquel en-
tonces, el llamado encontró múltiples
ecos y respuestas. No era de extrañarse.
La longevidad del autoritarismo mexi-
cano provocaba admiración o repulsión
de propios y extraños. Hoy, la demo-
cracia mexicana ya tiene un nombre de
pila pero carece todavía de apellidos.
291
DEBATE
Por eso, para moderar el exceso de de-
mocratismo que hoy por hoy emborra-
cha el debate en el espacio público, es
tiempo de abogar por una democracia
con adjetivos.
Pero, ¿por dónde empezar?, ¿dón-
de buscar estos nuevos atributos para
la incipiente democracia mexicana? Por
fortuna, la ciencia política ha aportado
recientemente una categoría nada des-
deñable para nuestro propósito: “demo-
cracia de calidad”. Según esta categoría,
la calidad de las democracias alude a las
condiciones mínimas para hablar de un
auténtico Estado de derecho, a saber:
a)
el imperio de la ley;
b)
la rendición
de cuentas;
c)
la reciprocidad entre re-
presentantes y representados;
d)
la am-
pliación de derechos humanos, y
e)
la
disminución de las inequidades sociales.
Como salta a la vista, estos indica-
dores son muy útiles para saber en qué
punto nos encontramos en México del
desarrollo institucional y societal de la
vida democrática. Es decir, la calidad
de la democracia nos permite observar,
identiF car y proponer el mejoramiento
integral de los regímenes políticos exis-
tentes en la actual reorganización de la
moderna democracia representativa; en
particular, en la imperiosa obligación de
saber cómo dotarla de nuevos atributos
y derechos.
Ahora bien, ¿estamos en México,
después de la alternancia política con-
quistada en el 2000, en condiciones de
plantearnos en prospectiva la cuestión
de una democracia de calidad, según
los criterios que la literatura sobre el
tema ha delineado con precisión?; ¿no
será prematuro preguntarnos ahora por
una democracia de calidad para Méxi-
co cuando aún no hemos terminado
de construir el entramado institucional
y normativo mínimo que nos permita
con todo derecho caliF car a nuestro ré-
gimen como una democracia?; ¿hasta
qué punto resulta baladí aspirar ahora
a los máximos de una democracia sin
antes haber completado los mínimos
mediante una reforma integral del Es-
tado que actualice en clave democrática
nuestro ordenamiento constitucional?
En principio, la respuesta lógica a
estas interrogantes sostendría la nece-
sidad de enfrentar una cosa a la vez, o
sea ir paso a paso, pues quemar etapas
o acelerar procesos podría conducir a
desajustes o debilidades estructurales.
Pero esto es sólo parcialmente cierto.
Vislumbrar desde ahora los máximos a
los que se puede aspirar legítimamente
en la construcción de un régimen de-
mocrático puede orientar las tareas pre-
cedentes en las que parece nos hemos
estacionado los últimos años después
de la alternancia de 2000. En efecto, si
el gran desafío de México es —una vez
que por la vía de la alternancia colapsó
el viejo régimen priísta— rediseñar su
régimen político para hacer tabla rasa
de una vez por todas con el pasado au-
toritario, sería aconsejable que los ac-
tores políticos comprometidos con ello,
abandonaran las posiciones gradualistas
y minimalistas que primaron en el pa-
sado y que nos llevaron a lo que ahora
tenemos: una democracia que no ter-
mina de despuntar debido a las fuertes
inercias autoritarias que perviven en la
normatividad vigente heredada del viejo
régimen.
292
CÉSAR CANSINO
Así, después de dos décadas de
transformaciones sobre la ordenación
política de México, el estado de la dis-
cusión y las iniciativas sobre qué de-
mocracia deseábamos y cuál podríamos
ediF car en el corto y el largo plazos
quedaron por desgracia enclaustradas
en una concepción
tout court
de la de-
mocracia, donde se llegó incluso a pen-
sar que ésta sería la llave para resolver
todos nuestros males, ya que contem-
poráneamente se creía que en el mo-
mento en que el partido hegemónico
perdiera la Presidencia, las imperfeccio-
nes de la misma democracia (y que son
muchas, como ya en reiteradas ocasio-
nes se ha dicho) serían un asunto me-
nor. Lejos de ello, nuestra democracia
necesita ser llenada con atributos dis-
tintos a los que existieron en la etapa
autoritaria. Por ello, resulta fundamen-
tal hoy por hoy reF nar la discusión y
sobre todo la perspectiva de país que
se puede construir en el porvenir. Más
aún cuando en los múltiples sondeos se
corrobora que la percepción ciudadana
ha dejado de creer mayoritariamente en
las bondades de la alternancia. Por lo
tanto, preguntarse sobre qué tan bue-
na es la democracia actual en México
resulta un ejercicio más que sensato
y oportuno, porque ello puede ser un
indicio para saber cuál es la verdadera
situación en la cual está México políti-
camente hablando: ¿conF rmación y/o
retroceso de la democracia? Al mismo
tiempo, con el diagnóstico de su estado
de salud se puede estar en posibilidades
de transformar en una categoría más
alta y mejor a nuestra democracia
real-
mente
existente.
El hecho es que, a la vista de los re-
zagos, inercias y asignaturas pendientes
que han signado la
sui generis
tran-
sición mexicana a la democracia, sólo
desde la ingenuidad más rampante se
podría aF rmar que la democracia en
nuestro país se encuentra siquiera en
vías de una franca y segura consolida-
ción.
Al deterioro y falta de maduración
institucional de nuestra incipiente de-
mocracia se suman además la persis-
tencia de ominosos factores como:
a)
una cultura política providencialista (los
ciudadanos siguen esperando y viendo
los avances democráticos como dádi-
vas de los “de arriba”), alimentada en
buena medida desde el poder político
y las posiciones de gobierno;
b)
acti-
tudes y conductas patrimonialistas por
buena parte de la clase política y de las
burocracias partidistas, que siguen,
de
facto
, expropiándole a los ciudadanos
la iniciativa y la capacidad de decisión
reales;
c)
poca o nula transparencia y
rendición de cuentas de partidos y go-
biernos hacia la ciudadanía y, por ende,
retroalimentación del círculo perverso
de la corrupción y la ineF ciencia guber-
namentales;
d)
prácticas partidistas cor-
porativistas y clientelares que, traduci-
das en acción gubernamental, refuerzan
más el rol de súbdito que el de ciudada-
no activo y responsable;
e)
en general,
un clima de gran desconF anza y desca-
liF cación entre los actores partidistas y
gubernamentales, que mina de entrada
la posibilidad de la construcción de una
cultura del consenso y traba las posibi-
lidades de conformación de mayorías y
coaliciones democráticas.
293
DEBATE
El orden deseado
y nunca alcanzado
En suma, si en el pasado autoritario vis-
lumbrar el horizonte democrático obli-
gaba a la cordura y la mesura —una de-
mocracia de mínimos posibles antes que
de máximos inviables, una democracia
sin adjetivos—, mirar hoy a futuro, una
vez que se han aF rmado esos mínimos
por la vía de la alternancia, no puede
hacerse sino ponderando realistamente
los máximos posibles. Y aquí, el tema
de una democracia de calidad es lo más
realista a lo que podemos aspirar; es de-
cir, una democracia que coloque al ciu-
dadano en el centro de las decisiones,
mediante el fortalecimiento del Estado
de derecho democrático.
Con todo, el saldo actual en este
rubro no podía ser más deF citario. A
veces tengo la impresión de que más
que una democracia, estamos viviendo
una descentralización del autoritarismo;
esto es, que se repartieron los vicios del
pasado entre los actores, e incluso que
una especie de metástasis de la corrup-
ción se fue por los conductos linfáticos
hasta afectar todos los órdenes políticos
del país.
Entonces, ¿cómo podemos hablar de
calidad de la democracia? Sólo en un
sentido tendencial. Si vamos a construir
la democracia, hay que construir una
democracia de calidad. ¿Y de qué va-
lores estamos hablando? En primer lu-
gar, los valores propios de la República,
entendida como el marco que contiene
la pluralidad social, el espacio del con-
senso. El primer elemento de la Repú-
blica como orden legal consentido por
todos es el Estado de derecho, que se
funda en la justicia y tiene dos grandes
vertientes: la obediencia a la ley tanto
por parte de los ciudadanos (cultura de-
mocrática) como de la autoridad (rendi-
ción de cuentas). La República conlleva,
además, la idea de igualdad, igualdad
frente a la ley e igualdad frente a la so-
ciedad. La República es, por deF nición,
incluyente, laica, imparcial y honorable.
El segundo conjunto de valores está
asociado a la idea de la funcionalidad
del Estado. Un sistema democrático tie-
ne que aspirar a ser funcional en la com-
plejidad. El autoritarismo vencerá como
valor siempre que la democracia no sea
eF caz. Al sufragio efectivo debe suceder
el gobierno efectivo: sistema de división
de poderes, de formación de mayorías,
de representativos estables y que sean
el espejo de las grandes corrientes polí-
ticas, económicas e ideológicas de una
sociedad. Asimismo, la funcionalidad
del Estado exige la descentralización
territorial de los poderes públicos a
través de métodos federalistas, muni-
cipalistas, autonómicos y, F nalmente,
debe ser regida por el principio de la
subsidiariedad; es decir, que ninguna
autoridad superior ejerza funciones que
puedan ser cumplidas por la autoridad
más próxima a la población.
El tercer y último apartado de valores
que deF nen la calidad de una democra-
cia tiene que ver con la ciudadanía. En
última instancia, el Estado democrático
es un Estado cuyo sustento y legitima-
ción es la soberanía popular, es decir,
hasta qué punto la decisión o las de-
cisiones de la población determinan el
294
CÉSAR CANSINO
curso de la acción del Estado. La Re-
pública es el espacio del consenso; la
democracia es la arena de la controver-
sia. Si no hay República, la democracia
no puede funcionar. ¿Cómo canalizar la
controversia de un modo creativo y que
sea legítima expresión de la voluntad de
la población? Primero, una ciudadanía
de alta intensidad. La democracia exige
un equilibrio con mecanismos de par-
ticipación ciudadana en el núcleo de
la vida municipal, en la gestión y en la
evaluación de los servicios públicos, y en
todos los niveles de la actividad social.
* * *