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¿Reforma electoral
para qué?
Carlos Villabella Armengol
Una vez más durante los últimos
años tiene actualidad noticiosa en
Latinoamérica el tema de la nece-
sidad de reformas electorales como
vía para lograr una mejor goberna-
bilidad. A esto no escapa México,
en donde al momento de redactar
estas líneas se discutía sobre lo pe-
rentorio de enfrentarlo y ello tenía
expresión en dos propuestas funda-
mentales, la remoción de los conse-
jeros del Instituto Federal Electoral
(
IFE
) y la intención de regular las
campañas electorales en cuanto a
publicidad y gastos.
El asunto planteado de esta ma-
nera no tiene por qué asombrar y
es lógico que los países se planteen
cada cierto tiempo la necesidad de
reformular las bases de su sistema
electoral si éste ha completado un
ciclo de existencia y ya no es per-
tinente por razones de representa-
tividad, equidad, transparencia o
confiabilidad.
No obstante, siempre que se
hable de reformas electorales y se
inicie un proceso en tal sentido, es
necesario tener presente algunas
cuestiones para clarificar adecua-
damente la tesitura de lo que se
quiere.
En primer lugar hay que tener en
cuenta que toda propuesta de refor-
ma a un sistema electoral tiene con-
notaciones políticas marcadas, ya
que si bien es cierto que no existen
modelos o esquemas universales, ni
mecanismos o fórmulas paradig-
máticas u óptimas, en tanto éstos
responden a un entorno social, cul-
tural e histórico determinado y son
por tanto perfectibles cuando este
contexto lo requiera, también lo es
que cualquier intento de reforma
tiene siempre intenciones bien deli-
mitadas aunque sean poco percep-
tibles a primera vista.
No se puede pasar por alto que
un sistema electoral es el conjunto
de operaciones, procedimientos y
mecanismos a través de los cuales
se conforman los órganos de poder
y con ello se reproduce el sistema
político de una nación, por lo que
nunca una reflexión sobre este as-
pecto es aséptica políticamente.
Como señala una voz tan autoriza-
da como la de A. Lijphart, los pro-
blemas relativos al sistema electoral
son, al mismo tiempo, problemas
de poder y problemas en torno a la
concepción de la sociedad y la de-
mocracia, se trata siempre de posi-
ciones políticas, incluso cuando se
disfrazan científicamente y preten-
dan ser axiológicamente neutrales y
universalmente válidas.
En segundo lugar es válido des-
tacar que una reforma, si pretende
incidir realmente en el perfecciona-
miento del sistema electoral, difícil-
mente puede abarcar una sola faceta
o aspecto del mismo por la relación
proporcional que guardan todos en-
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tre sí, de modo que los cambios en
uno de ellos generalmente tiende a
surtir un efecto dominó sobre los
demás.
Por tanto, abrir a debate la ne-
cesidad de cambios en el andamiaje
electoral significa repensar sobre
el ejercicio del derecho al voto, la
conformación de las circunscripcio-
nes electorales, la forma en que se
nominan los candidatos, el formato
de presentación de éstos o de boleta
que se emplea, el tipo de voto que
se puede ejercer, la fórmula electoral
que existe, el método para conver-
tir la decisión numérica en escaños,
etcétera.
En este sentido, una reforma
a fondo podría también hacerse
los siguientes cuestionamientos:
¿Cómo se está ejerciendo el dere-
cho al voto, no sólo en el sentido
de libertad, igualdad y accesibilidad
real, sino también en el de la di-
cotomía participación-abstinencia?
¿Los mecanismos previstos y fór-
mulas empleadas en la nominación
y votación posibilitan al ciudadano
elegir en todo el significado de la
palabra, o éste tiene que confor-
marse con escoger entre la “oferta”
que le preparan las cúpulas parti-
distas y terminar optando por el
que le parece menos malo? ¿Tiene
participación cierta el pueblo, suje-
to último de la soberanía, en todas
las fases y mecanismos del proce-
so? ¿Es efectivamente transparente
el proceso en todos sus eslabones?
¿Generan confianza los resultados
electorales más allá de las élites po-
líticas favorecidas con el mismo?
¿Están ciertamente los organismos
electorales a la altura de su función
y son imparciales? ¿Es el sistema
vulnerable a corruptelas y suscepti-
ble a la compra-venta del voto y la
manipulación?
En tercer lugar, antes de enfo-
car una reforma es válido razonar
también si la crisis que se quiere
resolver está generada sólo por fa-
llas o falencias del sistema electoral
como conjunto de procedimientos y
reglas, o si detrás de ellas se escon-
de una crisis del sistema de partidos
vigente, con lo cual la solución no
está solamente en lo que se quiere
modificar.
Hay que tener en cuenta que el
sistema de partidos en Latinoamé-
rica ha estado constantemente en
entredicho por los rasgos que posee
y a los que no escapa ningún país:
multipartidismo exacerbado que
segmenta y polariza a la sociedad,
fragmentación en su interior que
da lugar al advenimiento de nue-
vas asociaciones, perfil personalista
y caudillista; funcionamiento como
maquinarias electorales, bajo conte-
nido programático; discurso dema-
gógico y populista, pobre estructura
organizativa y disciplinaria, prácti-
cas corruptas y clientelistas, finan-
ciación a partir de recursos privados
que genera facturas a pagar, poca
transparencia de las finanzas, ac-
tuaciones de nepotismo y amiguis-
mo de sus líderes, etc. Esto propicia
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que en lo interno se caractericen por
la
autofagia política
, y en lo exter-
no por un
autismo político
que los
vuelve descreíbles y alejados de la
ciudadanía, con lo cual se ha pro-
ducido una percepción de que los
mismos son incapaces de articular
con acierto el sistema político y
promover agendas realmente trans-
formadoras y comprometidas.
Ello repercute finalmente en la
volatilidad electoral y en los altos
niveles de abstencionismo que pro-
voca que en muchas ocasiones las
decisiones electorales se catalicen
por una minoría que funciona como
minoría mayor en el espectro polí-
tico; de aquí su escasa legitimidad
inicial o la acelerada espiral de des-
legitimación en la que rápidamente
sucumben los elegidos.
En cuarto lugar es loable meditar
también si el replanteo de un siste-
ma electoral conlleva a más partici-
pación en el esquema democrático
o a más de la misma democracia.
Conceptualmente esto no debe-
ría de plantearse así, porque etimo-
lógicamente
demokratia
proviene
de la conjugación de dos vocablos,
demos
, pueblo y
kratía
,
gobierno o
autoridad, por lo que significa go-
bierno del pueblo o por el pueblo,
con lo cual no tendría sentido ha-
blar de una democracia participati-
va o más participativa, porque en
puridad, sin participación efectiva
no hay democracia real.
A ello hay que vincular la idea,
generalmente ocultada, de que de-
mocracia es algo más que eleccio-
nes y posibilidad de escoger entre
un menú de propuestas partidistas,
por lo que la misma no se consu-
me en la emisión del voto, por más
que éste sea un día de fiesta para
la misma. Es así que es válido ha-
blar de facetas de la democracia o
de ángulos de materialización de la
misma, todos ellos susceptibles de
perfeccionamiento.
Así, puede reconocerse que uno
es el conjunto de cánones que re-
gulan las campañas electorales, que
posibilitan la conformación de las
propuestas electorales, escoger en-
tre éstas, el conteo de los votos, la
conversión de éstos en un escaño
del aparato político, etc. Otro, la
existencia constitucional y real de
derechos, a los cuales se integra el
derecho al sufragio activo y pasi-
vo. Una tercera forma de materia-
lización es la manera en que los
representantes elegidos se vinculan
y responden ante quienes los eligie-
ron. Una cuarta faceta es la forma
en que el poder político se ejerce,
las vías por las cuales las decisiones
políticas son consensuadas o no con
los destinatarios; al decir de Nor-
berto Bobbio, el conjunto de reglas
procesales para la toma de decisio-
nes colectivas en las que debe estar
prevista la más amplia participación
posible de los interesados, ya que
democracia no solamente es quién
está autorizado para tomar decisio-
nes sino igualmente bajo qué proce-
dimientos. Una quinta perspectiva
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asociada a la anterior es la forma en
que se hace traslúcido el accionar
político y visible el proceso de toma
de decisiones, lo que permite que el
poder público se haga realmente en
público. Un sexto ángulo de reali-
zación, como reconoce R. Dahl, es
la forma de organización y compor-
tamiento social, de alguna manera
diseñado teleológicamente por el
poder político, lo cual tiene que ver
con la existencia de una sociedad
con igualdad de oportunidades en
las que el ciudadano común pueda
auto-realizarse y con la existencia
de un clima de convivencia que ge-
nere una sociedad civil tolerante, no
violenta y en la que su desarrolle el
libre debate de ideas.
Bajo esta perspectiva cabría en-
tonces inquirir si sostener una de-
terminada propuesta de reforma
es parte a su vez del propósito de
perfeccionar el sistema democráti-
co o sólo un paliativo oportunista,
por lo que es lícito cuestionarse:
¿posibilita un fortalecimiento de la
participación popular en el proceso
electoral visto íntegramente?, ¿ten-
drá mayores posibilidades la ciuda-
danía de control sobre los partidos?,
¿se hace más transparente y ase-
quible el poder público?, ¿se podrá
revocar a un representante elegido
que esté desprestigiado, cuestiona-
do por sus electores o sobre el que
haya evidencias de corrupción?,
¿serán visibles los verdaderos hilos
de poder, casi siempre económicos,
que se esconden detrás de la vitri-
na política?, ¿se generará un mejor
clima de convivencia o, por el con-
trario, de crispación y polarización
social?
Finalmente es lógico analizar
también hacia qué conduce en tér-
minos de gobernabilidad y eficacia
política una propuesta de innova-
ción en la mecánica electoral, es
decir hacia qué apunta respecto a la
funcionabilidad del aparato estatal.
Esto es importante porque el sis-
tema presidencial que predomina
en Latinoamérica ha sido expues-
to como la forma de gobierno que
más tiende a la ingobernabilidad
producto de su propia dinámica en-
dógena y como la que acumula una
mayor tasa de fracasos políticos; lo
cual tiene que ver con la hipercen-
tralización y personalización del
poder, el ejercicio del poder ejecuti-
vo fuera de control, la polarización
Ejecutivo-Legislativo que conlleva
al inmovilismo, la dinámica poco
consocietal entre los diferentes po-
deres y fuerzas políticas, la ausencia
de vías institucionales que puedan
canalizar las crisis, la inexistencia
de mecanismos autocorrectores que
posibiliten recomponer las mayo-
rías en un momento determinado y
la tendencia a las salidas extracons-
titucionales y a rupturas democrá-
ticas.
Estos “males” del presidencialis-
mo han querido ser corregidos con
propuestas de rediseño del mismo
y de corrección de sus “defectos”
mediante la introducción en mayor
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grado de elementos parlamentarios,
como plantea D. Nohlen; la adop-
ción de un sistema parlamentario,
como señala J. Linz; o la admi-
sión de sistemas semipresidenciales
como distingue G. Sartori, quien ha
diseñado lo que él ha denominado
como presidencialismo alternativo,
intermitente o de dos motores.
Esto ha centrado de alguna ma-
nera el análisis en torno a la go-
bernabilidad en Latinoamérica y a
la necesidad de una reforma estatal.
La cuestión estriba, en mi opinión,
en pensar si efectivamente la solu-
ción está por ese camino. De hecho,
en los últimos años se han ido in-
troduciendo mediante ingeniería
constitucional diversas variables de
la dinámica parlamentaria en busca
de perfeccionar la funcionalidad del
sistema y fortalecer la democracia.
Esto ha provocado que hoy no
se pueda hablar de un sistema pre-
sidencial puro en Latinoamérica,
ni tampoco de un presidencialismo
homogéneo; incluso puede decirse
que en algunos países las mutacio-
nes introducidas hacen esbozar la
tesis de que el presidencialismo está
sufriendo profundas transformacio-
nes que lo encaminan hacia un sis-
tema con signos difícil de calificar
en la actualidad.
En este punto me parece dis-
cutible que la forma de gobierno
presidencial se haya agotado en la
región, y sobre todo, más debatible
que la solución venga por introdu-
cir alguna de las propuestas que se
señalaban. Considero que las formas
de gobierno son el producto de con-
dicionantes históricas y de determi-
nado ambiente antropológico que
explican y justifican su existencia,
sus rasgos
sui generis
, o incluso sus
disfuncionalidades; por tanto, cual-
quier propuesta de transformación
en este sentido debe tener en cuenta
estos aspectos, no suponer que un
sistema político se perfecciona me-
diante alquimia de laboratorio o el
simple calco de instituciones forá-
neas, ni descontextualizar determi-
nadas manifestaciones políticas de
su entorno socioeconómico y cultu-
ral que le sirven de sustrato.
Cabe entonces culminar estas
reflexiones retomando la pregun-
ta inicial: ¿es legítimo el propósi-
to de una reforma electoral? En mi
opinión sí, pero siempre y cuando
ello sea el resultado de una auto-
rreflexión social que delimite hacia
dónde se quiere llagar con la misma
y no un acuerdo de los grupos de
poder; se proponga repensar el sis-
tema electoral en su conjunto y no
busque modificaciones parciales;
implique reconvertir a los partidos
en verdaderos eslabones de repre-
sentación ciudadana y no en clubes
en donde se dirimen intereses per-
sonales y de grupo; conlleve a abrir
más espacios de participación po-
pular y no a afianzar un modelo de
democracia representativa y oligár-
quica; provoque efectos positivos
en la funcionabilidad del Estado y
en la gobernabilidad y no reproduz-
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ca un sistema en el que los poderes
piensan más en sus disputas que en
representar a los intereses sociales.
Francamente, creo que si no es
sobre estas bases las reformas elec-
torales que se postulan por algunos
sectores y en algunos países en Lati-
noamérica son más de lo mismo.
La reforma electoral,
coyuntura larga y
decisiones de momento
José Luis Mendoza Tablero
México necesita enfrentar sus pro-
blemas y las leyes electorales son
parte de ese proceso, si bien se re-
quiere actuar en el marco institu-
cional, para lo cual es preciso una
visión de país compartida por una
mayoría.
E
L
SISTEMA
POLÍTICO
MEXICANO
Estamos en la salida de un proceso
coyuntural electoral en nuestro país.
Desde la instauración de la clase
revolucionaria hasta 1988 parecía
que el ámbito electoral no tenía
mayor cambio: la ley de 1946 era
el reflejo del centralismo y el poder
del presidente; la reforma de 1963,
una “zanahoria” para la oposición;
la elección de 1976 mostraba que
algo estaba pasando, pero se po-
día solucionar con los diputados de
representación proporcional; nada
ponía en peligro al partido hegemó-
nico. Pero al llegar a 1988 las cosas
cambiaron, porque se ponía en tela
de juicio toda una serie de tabúes:
la elección es un ritual; quien se
va del partido oficial, se va de la
política; la población en su mayo-
ría no discute los resultados de las
elecciones.
C
OYUNTURA
ELECTORAL
1988-2006
Pareciera que esta coyuntura empie-
za en 1988 y termina en el 2006.
..
Muy larga, pero así han sido mu-
chos procesos en México.
A partir de 1988 suceden cosas
increíbles: en ese año llegan los pri-
meros senadores de la oposición, por
cierto, del Frente Democrático Na-
cional; el
PAN
(Partido Acción Nacio-
nal) gana Baja California en 1989; se
crea el
IFE
(Instituto Federal Electoral)
y organiza las elecciones de 1991;
el
PAN
crece de forma por demás
espectacular y gana gran cantidad
de puestos de elección, incluyendo
gubernaturas y escaños para 1994;
se fortalece al
IFE
y se consolida el
Tribunal Electoral del Poder Judicial
de la Federación (
TEPJF
, antes
TRIFE
)
en 1996; un año después el
PRD
(Par-
tido de la Revolución Democrática)
gana la Jefatura de Gobierno del
Distrito Federal que por primera vez
se disputa y logra una mayoría por
demás importante en delegaciones y
diputaciones locales; además marca
el inicio de victorias en las entidades
federativas para ese partido; el
PRI
(Partido Revolucionario Institucio-